sábado, 24 de julio de 2010

El Piano


Una mirada a la amplio salón, descubriendo rincones conquistados tiempo atrás.

Cerca de la ventana, cerca del mundo exterior, allí estaba el piano.

Dejar arrastras sus dedos por aquellas teclas que en un tiempo pasado sonaron a mil delicadas partituras , emocionantes notas y pasionales pasajes de una obra grandiosa , su vida.

Ya no suenan las notas, ya no se abrazan entre ellas para formar una melodía.

El piano ya no es más que un reflejo en el cristal de la ventana. El cristal que divide dos mundos, el real y el suyo. Uno rápido, casi loco, el otro sin prisas, sin tonos estridentes , casi plano.

Ya no tiene sentido la música si ya no la quieren escuchar.

Teclas con sabor a labios mordidos, con olor a piel viva, con el blanco inmaculado del nácar, ahora tornadas amarillentas.

Notas pegadas a la pared, mezcladas con risas, y suspiros de mujer.

Sonidos de caricias, de roce de la piel. Un te quiero, un que descanses antes de cerrar los ojos.

Un abrazo con sabor a chocolate, con frescor de ducha tibia, con sensaciones de beso en la espalda.

Viejo piano que acompañó los momentos de feliz reir y se calló en momentos de tristeza.

No sonarás más, nadie volverá a profanar tus teclas, ninguna mano se posará donde antes bailaron sus manos.

Piano solitario que dejó de sonar, piano que calla, simbolo de lo que fué y dejó de ser.

Cierra su tapa, camina hacia la ventana, reflejo de su rostro, ya marchito, ya cansado, y detrás el piano.